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sábado, 3 de noviembre de 2012

Pedro y el lobo

Pedro y el lobo es un cuento muy especial. Mientras vemos y escuchamos el cuento podemos aprender una parte de una rama de nuestra cultura como es la música. En Pedro y el lobo cada uno de los personajes se identifica con un grupo de instrumentos de la misma familia o un instrumento en concreto:

Pedro: Cuarteto de cuerda.


El pajarito (Shasha): Flauta travesera.



La patita (Sonia): Oboe.



El gato (Iván): Clarinete.



El abuelito: Fagot.



Disparo de los cazadores: Timbales.



El lobo: Familia del metal.



 Pinocho 


Resumen del cuento:
Gepetto el viejo carpintero, deseaba que su última creación, "Pinocho", una bonita marioneta de madera, puediera convertirse en un niño de verdad. El Hada Azul le concedió el deseo, no sin antes advertir a Pinocho que para ser un niño de verdad, debería demostrar que era generoso, obediente y sincero. Pepito Grillo le ayudaría en esta labor, él sería su conciencia.

Los días siguientes, en vez de ir al colegio, Pinocho se verá envuelto en una serie de malas aventuras llenas de desobediencias y mentiras. Pero en el fondo Pinocho tiene un buen corazón  y gracias a Pepito Grillo se dará cuenta de todos sus errores. Al fin Gepetto consigue su anhelado deseo, que Pinocho se convierta en niño y Pinocho no vuelva a ser desobediente ni a portarse mal, ni a decir mentiras.

El cuento original consta de unos 36 capítulos breves. En este enlace podemos leer estos 36 capítulos con algunas ilustraciones.


Peter Pan


Los Darling eran una familia compuesta por el siempre preocupado por las apariencias señor Darling, la amorosa señora Darling, sus tres hijos Wendy, John y Michael, y Nana, un perro niñera que no tenía nada que envidiar a ninguna otra niñera. Wendy era la hermana mayor y en sus sueños vivía historias de aventuras en las que aparecía un personaje llamado Peter Pan, un niño colador, que vivía en la isla de Nunca Jamás.



La señora Darling alimentaba la imaginación de sus hijos contándoles cuentos cada noche, sin saber que el propio Peter Pan le gustaba acercarse a escuchar los cuentos para luego ir a contárselos a los Niños Perdidos con los que vivían en la isla de Nunca Jamás. Los Niños Perdidos eran los niños que se habían caído de sus carritos y nunca más habían sido reclamados, y Peter Pan era su líder, y se encargaba de protegerlos.

Un día, Nana, el perro niñera, descubrió a Peter y fue tras él. Aunque el niño escapó, Nana consiguió su sombra, y la Wendy la guardó en un cajón. Pero algunos días después, coincidiendo con un enfado del señor Darling que acabó castigando a Nana a dormir fuera del cuarto de los niños, y con una salida nocturna de los señores Darling, Peter volvió con el hada campanilla para recuperar su sombra. Sin embargo, una vez que la consiguió no pudo volver a ponérsela, y se echó a llorar. El llanto de Peter despertó a Wendy, quien tras oír su problema, cosió la sombra de Peter a sus pies.

Peter Pan quedó encantado de las habilidades de Wendy y le pidió que viajara con él y Campanilla al país de Nunca Jamás donde podrían vivir aventuras y ser la mamá de los Niños Perdido. Y así, enseñó a volar a los tres niños con la ayuda del polvo de hadas de Campanilla, y todos viajaron a Nunca Jamás. Durante el vuelo, Peter les habló de su enemigo Garfio, el malvado y cruel capitán pirata, a quien Peter Había cortado una mano. Luego se la había dado a comer a un cocodrilo, y desde entonces este perseguía a Garfio por todas partes, ansioso por volver a probar su carne. Garfio habóa conseguido evitarlo hasta entonces porque también se había tragado un reloj, y su continuo "tic tac" lo avisaba de su presencia. CAsi habían llegado cuando los piratas de Garfio los recibieron a cañonazos. Y, aunque no llegaron a darles, el grupo se separó.



Campanilla que estaba muy celosa de Wendy, aprovechó la separación de Peter y Wendy y animó a los Niños Perdidos a que le dispararan mientras se acercaban volando. Estos estuvieron a punto de matarla con una flecha pero, afortunadamente, una cadena paró la flecha y Wendy solo resulto herida. DEspués Peter Pan se la presentó como a una madre. Los Niños Perdidos le construyeron una casa alrededor para que pudiera recuperarse sin tener que moverla. Y es que, aunque Peter no quería saber nada de madre ni de adultos, los Niños Perdidos estaban encantados de tener una.

Wendy aceptó de buen grado su papel de madre, cuidando a los niños, dando medicinas, poniendo tareas, fjando normas, cocinando y contando cuentos. Y así pasaron felices bastante tiempo, viviendo las aventuras propias de una isla tan fantástica, y comenzando a olvidar a dus padres y su pasado, en especial John y Michael. Wendy se acordaba más de ellos, sobre todo de lo que estarían sufriendo, pero estaba tan segura de que sus padres tendrían siempre abierta la ventana para recibirles con alegría el día que decidieran regresar, que no se preocupaba demasiado.

En una de sus muchas aventuras, Peter liberó a Tigrilla, la princesa de los pieles rojas que vivían en la isla, de las garras de Garfio. Desde aquel momento los Niños Perdidos y los indios se convirtieron en aliados. Todo esto codurrió al anochecer mientras estaban en la laguna de las sirenas. Vieron acercarse a los piratas con la princesa Tigrilla, y Peter imitando la voz del capitán Garfio hizo que la soltaran. Pero justo en ese momento apareció Garfio. Pronto descubrió el engaño, y conseguió que el vanidoso de Peter se descubriera a sí mismo, lo que dio comienzo a una gran batalla en la laguna. Los niños pudieron salvarse, pero Garfio hirió a Peter traicionaramente. Y lo habría matado si no hubiera aparecido el cocodrilo que siempre lo perseguía.

Sí fue pasando el tiempo hasta que una noche Wendy, temerosa por llegar a olvidar a sus padres y lo que estarían sufriendo, decidió que debían volver a casa con ellos. Después de probar lo que era una madre, los niños no querían perder a WEndy, y deseaban seguir con ella, así que esta se afreció a que sus propios padres los adoptaran a todos. Los Niños Perdidos aceptaron ilusionados, pero Peter no quería saber nada de ninguna madre, ni hacer nada de lo que obligan a hacer los mayores, ni crecer, y se negó a volver y ser adoptado. Así, se despidieron y se marcharon.

Pero precisamente Garfio había preparado su ataque ese día, y tras vencer a los pieles rojas con malas artes, preparó una emboscada para capturar a Wendy y a los niños, a quienes Peter no protegía porque estaba actuando como si no le importara su marcha. Garfio tenía todo tan planeado que pudo incluso llegar al escondite de Peter mientras dormía, y envenenar su medicina.

Campanilla descubrió lo que había ocurrido y corrió a despertar a Peter. Este, antes de ir a salvarlos quiso tomar su medicina para agradar a Wendy, pero la pequeña hada lo salvó de morir envenenado en el último momento, bebiendo ella el contenido del frasco. Campanilla estuvo a punto de morir entonces, pero un  hada puede salvarse cuando los niños creen en las hadas, y cuando se lee este cuento, siempre hay un niño que cree en las hadas y salva la vida de Campanilla.



En el barco pirata Garfio ya había decidido acabar con los niños haciéndoles caminar por el tablón. Pero entonces se escuchó el "tic tac" del cocodrilo y el capitán pirata se aterrizó. Sin embargo, solo era un engaño de Peter, que acudía a salvar a Wendy y a los niños. Pater fue acabando con los piratas de uno en uno hasta conseguir la llave de los grilletes y liberar a los niños, y entonces comenzó una feroz lucha en el barco, marcada por el enfrentamiento entre Peter y Garfio. Pero esta vez el niño venció sin dificultad, y de una patada en el trasero envió al pirata a las fauces del cocodrilo, que había estado siguiendo el "tic tac" de Peter. Gracias a la gran victoria los niños se hicieron con el barco de los piratas, y tras las celebraciones, al día siguiente pusieron rumbo de vuelta a casa.

En casa de los Darling las cosas habían cambiado. El señor Darling, arrepentido por sus errores y el trato que había dado a Nana, vivía ahora él mismo en la perrera de Nana durante todo el día. Y había jurado no salir hasta la vuelta de sus hijo, lo que era una muestra de amor tan grande que lo había convertido en un personaje famoso. Y, tal y como pensaba Wendy, su madre se aseguraba de que la ventana estuviera siempre abierta.

Pero poco antes de que llegaran los niños, Peter y Campanilla, contrariados por la marcha de Wendy, se adelantaron para cerrar la ventana de la habitación. Pretendían hacer creer a Wendy que su madre ya no la quería, para que volviera con ellos. Pero al ver las lágrimas de la señora Darling, se ablandó, y volvieron a abrir la ventana se alejaron de allí poruqe, según Peter "ellos no necesitaban ninguna madre".

Así cuando llegaron los niños, la ventana estaba abierta, y el encuentro estuvo lleno de alegría y felicidad. Por supuesto los Darling estuvieron encantados de adoptar a los Niño Perdidos y a Peter. Pero Peter se negó en redondo: no quería crecer y volvería a Nunca Jamás junto a Campanilla. Pero antes de marchar, prometió volver por Wendy y llevarla consigo una vez al año, por primavera.

Este texto ha sido un resumen de la versión original que la podemos encontrar pinchando aquí
Autor: James Matthew Barrie.





Todas las partes se encuentran en youtube.
El flautista de Hamelin

Érase una vez a la orilla de un gran río en el Norte de Alemania una ciudad llamada Hamelin. Sus ciudadanos eran gente honesta que vivía felíz en sus casas de piedra gris. Los años pasaron, y la ciudad se hizo rica y próspera.

Hasta que un día, sucedió algo insólito que perturbó su paz.

Hamelin siempre había tenido ratas, y bastantes, pero nunca habían sido un peligro, pues los gatos las mantenían a rayo de la manera habitual: cazándolas. Pero de pronto, las ratas comenzaron a multiplicarse.



Con el tiempo, una gran marea de ratas cubría la ciudad. Primero atacaron las tiendas y graneros, y cuando no les quedó nada, fueron por madera, ropa o cualquier cosa. Lo único que no comían era el metal. Los aterrados ciudadanos se manifestaron ante el ayuntamiento para que los librara de la plaga de ratas, pero el consejo ya llevaba tiempo reunido tratando de pensar un plan.

- Necesitaríamos un ejército de gatos.

Pero los gatos ya no estaban.

-Deberíamos matarlas con comida envenenada.

Pero apenas les quedaba comida, y el ni siquiera el veneno era capaz de detenerlas.

-Necesitamos ayuda- dijo el alcalde abatido.

En ese preciso instante, mientras los ciudadanos se agolpaban afuera, llamaron fuertemente a la puerta. ¿Quién podría ser? se preguntaban preocupados los miembros del consejo, temeosos de las iras de la gente. Abrieron la puera con precaución y, ante su sorpresa, apareció ante ellos un hombre alto, vestido con ropas de brillantes colores, con una larga pluma en su sombrero y una larga flauta dorada.

-He librado ciudades de escarabajos y murciélagos- dijo el extraño- y por mil florines, también les libraré de las ratas.
-¡Mil florines!- exclamó el alcalde- ¡Le daríamos cicuenta mil si lo hiciera!

El extraño salió entonces diciendo:

-Ahora es tarde, pero mañana al amanecer no quedará ni una rata en Hamelin.



Todavía no había salido el sol cuando el sonido de una flauta se escuchó a través de las calles de Hamelin. El flautista fue pasando lentamente por entre las casas, y todas las ratas le seguían. Salían de todas partes: de las puertas, de las ventanas, de las cañerías, todas detrás del flautista. Mientras tocaba, el extranjero bajó hacia el río y lo cruzó. Tras él, las ratas seguían sus pasos, y todas y cada una de ellas se ahogaron y fueron arrastradas por la corriente.

Al mediodía, no quedaba ni una sola rata en la ciudad. Todos en el consejo estaban encantados, hasta que el flautista acudió a reclamar su pago.

-¿Cincuenta mil florines?- exclamaron- ¡Jamás!
-¡Que sena mil al menos!- gritó furioso el flautista. Pero el alcalde respondió:
-Ahora todas la ratas están muertas y no volverán. Así que confórmate con cincuenta florines, sin es que no quieres quedarte sin nada.
Con los ojos encendidos de ira, el flautista señaló con un dedo al alcalde:

-Te arrepentirás amargamente de haber roto tu promesa.
Y desapareció
Una sombra de miedo envolvió a los consejeros. pero el alcalde se encogió de hombros y dijo emocionado:

-¡Qué diablos! Acabamos de ahorrarnos cincuenta mil florines.

Aquella noche, liberados de la pesadilla de las ratas, los habitantes de Hamelin durmieron más profundamente que nunca. Y cuando el extraño sonido de un flauta flotó por las calles al amanecer, solo los niños lo escucharon. Como atraídos de un modo mágico, los niños salían de sus casas. Y de la misma forma que había ocurrido el día anterior, el flautista recorrió tranquilamente las calles, reuniendo a todos los niños, que le seguían dócilmente al son de la extraña música.

Pronto la larga hilera dejó la ciudad y se encaminó al bosque, y tras cruzarlo alcanzó la falda de una gran montaña. Cuando el flautista alcanzó la roca, tocó su instrumento con más fuerza, y en la montaña se abrió una gran puerta que daba acceso a una cueva. Los niños entraron tras el flautista, y cuando el último de ellos se adentró en la oscuridad, la entrada se cerró.

Un gran movimiento de tierras cerró la entrada de la cueva para siempre, y solo un pequeño niño cojo pudo escapar de la tragedia. Fue él quien contó a los angustiados habitantes de Hamelin, que buscaban sus niños desesperadamente, lo que había ocurrido. Y de nada sirvieron todos sus esfuerzos: la montaña nunca devolvió a sus victimas.

El alcalde fue incansablemente en busca del flautista, pero no lo encontraba. Un día cuando estaba a punto de darse por vencido lo encontró no muy lejos de Hamelin. Habló con el y le pidió disculpas y le dijo que le pagaría el doble de lo acordado e incluso el triple, pero que por favor devolviera a los niños del pueblo.

El flautista conmovido por las palabras del alcalde y sabiendo que había aprendido la lección le dijo dame únicamente lo que me pertenece, pues se que has aprendido la lección.

De esta forma los niños volvieron con sus padres y el pueblo de Hamelin volvió a ser feliz cómo antaño.



viernes, 2 de noviembre de 2012

El soldadito de plomo


Érase una vez un niño que tenía muchísimos juguetes. Los guardaba todos en su habitación y, durante el día, pasaba horas y horas felices jugando con ellos.

Uno de sus juegos preferidos era el de hacer la guerra con sus soldaditos de plomo. Los ponía enfrente unos de otros, y daba comienzo a la batalla. Cuando se los regalaron, se dio cuenta de que uno de ellos le faltaba una pierna a causa de un defecto de fundición.



No obstante, mientras jugaba, colocaba siempre al soldado mutilado en primera línea, delante de todos, incitándole a ser el más aguerrido. Pero el niño no sabía que sus juguetes durante la noche cobraban vida y hablaban entre ellos, y a veces, al colocar ordenadamente a los soldados, metía por descuido el soldadito mutilado entre los otros juguetes.

Y así fue como un día el soldadito pudo conocer a una gentil bailarina, también de plomo. Entre los dos se estableció una corriente de simpatía y, poco a poco, casi sin darse cuenta, el soldadito se enamoró de ella. Las noches se sucedían deprisa, una tras otra, y el soldadito enamorado no encontraba nunca el momento oportuno para declararle su amor. Cuando el niño lo dejaba en medio de los otros soldados durante una batalla, anhelaba que la bailarina se diera cuenta de su valor por la noche, cuando ella le decía si había pasado miedo, él le respondía con vehemencia que no.



Pero las miradas insistentes y los suspiros del soldadito no pasaron inadvertidos por el diablejo que estaba encerrado en una caja de sorpresas. Cada vez que, por parte de magia, la caja se abría a medianoche, un dedo amonestante señalaba al pobre soldadito.

Finalmente, una noche, el diablo estalló.
-¡Eh, tú! ¡Deja de mirar a la bailarina!
El pobre soldadito se ruborizó, pero la bailarina, muy gentil, lo consoló:
- No hagas caso, es un envidioso. Yo estoy muy contenta de hablar contigo.
Y lo dijo ruborizandose.

¡Pobres estatuillas de plomo, tan tímidas, que no se atrevían a confesarse su mutuo amor!

Pero un día fueron separados, cuando el niño colocó al soldadito en el alféizar de una ventana.

-¡Quédate aquí y vigila que no entre ningún enemigo, porque aunque seas cojo bien puedes hacer de centinela!

El niño colocó luego a los demás soldaditos encima de una mesa para jugar.

Pasaban los días y el soldadito de plomo no era relevado de su puesto de guardia.
Una tarde estalló de improviso una tormenta, y un fuerte viento sacudió la ventana, golpeando la figurita de plomo que se precipitó al vacío. Al caer desde el alféizar con la cabeza hacia abajo, la bayoneta del fusil se clavó en el suelo. El viento y la lluvia persistían. ¡Una borrasca de verdad! El agua, que caía a cántaros, pronto formó amplios charcos y pequeños riachuelos que se escapaban por las alcantarillas. Una nube de muchachos aguardaba a que la lluvia amainara, cobijados en la puerta de una escuela cercana. Cuando la lluvia cesó, se lanzaron corriendo en dirección a sus casas, evitando meter los pies en los charcos más grandes. Dos muchachos se refugiaron de las últimas gotas que se escurrían de los tejados, caminando muy pegados a las paredes de los edificios.

Fue así como vieron al soldadito de plomo clavado en tierra, chorreando agua.

-¡Qué lástima que tenga una sola pierna! Si no, me lo hubiera llevado a casa- dijo uno.

-Cojámoslo igualmente, para algo servirá- dijo el otro, y se lo metió en un bolsillo.

Al otro lado de la calle descendía un riachuelo, el cual transportaba una barquita de papel que llegó hasta allí no se sabe cómo.

-¡Pongámoslo encima y parecerá marinero!. dijo el pequeño que lo había recogido.

Así fue como el soldadito de plomo se convirtió en un navegante. El agua vertiginosa del riachuelo era engullida por la alcantarilla que se tragó también a la barquita. En el canal subterráneo el nivel de las aguas turbias era alto.

Enormes ratas, cuyos dientes rechinaban, vieron como pasaba por delante de ellas el insólito marinero encima de la barquita zozobrante. ¡Pero hacía fata más que unas míseras ratas para asustarlo, a él que había afrontado tantos y tantos peligros en sus batallas!

La alcantarilla desembocaba en el río, y hasta él llegó la barquita que al final zozobró sin remedio empujada por remolinos turbulentos.

Después del naufragio, el soldadito de plomo creyó que su fin estaba prósimo al hundirse en las profundidades del agua. Miles de pensamientos cruzaron entonces por su mente, pero sobre todo, había uno que le angustiaba más que ningún otro: era el de no volver a ver jamás a su bailarina...

De pronto, una boca inmensa se lo tragó para cambiar su destino. El soldadito se enconró en el oscuro estómago de un enorme pez, que se abalanzó vorazmente sonre él atraído por los brillantes colores de su uniforme.



Sin embargo, el pez no tuvo tiempo de indigestarse con tan pesada comida, ya que quedó prendido al poco rato en la red que un pescador había tendido en el río.
Poco después acabó en una cesta de la compra junto con otros peces tan desafortunados como él. REsulta que la cocinera de la casa en la cual había estado el soldadito, se acercó al mercado para comprar pescado.

-Este ejemplar parece apropiado para los invitados de esta noche- dijo la mujer contemplando el pescado expuesto encima del mostrador.

El pez acabó en la cocina y, cuando la cocinera lo abrió para limpiarlo, se encontró sorprendido con el soldadito en sus manos.

-¡Pero si es uno de los soldaditos de...!- gritó, y se fue en busca del niño para contarle dónde y cómo había encontrado a su soldadito de plomo al que le faltaba una pierna.

-¡Sí, es el mio!- exclamó jubiloso el niño al reconocer al soldadito mutilado que había perdido.

-¡Quién sabe cómo llegó hasta la barriga de este pez! ¡Pobrecito, cuantas aventuras habrá pasado desde que cayó de la ventana!- Y lo colocó en la repisa de la chimenea donde su hermanita había colocado a la bailarina.

Un milagro había reunido de nuevo a los dos enamorados. Felices de estar otra vez juntos, durante la noche se contaban lo que había sucedido desde su separación.

Pero el destino les reservaba otra malévola sorpresa: un vendaval levantó al cortina de la ventana y, golpeando a la bailarina, la hizo caer en el hogar.

El soldadito de plomo, asustado, vio como su compañera caía. SAbía que el fuego estaba encendido porque notaba su calor. Desesperado, se sentía impotente para salvarla.

¡Qué gran enemigo en el fuego que puede fundir a unas estatuillas de plomo como nosotros! Balanceándose con su única pierna, trató de mover el pedestal que lo sostenía. Tras muchos esfuerzos, por fin también cayó al fuego. Unidos esta vez por la desgracia, volvieron a estar cerca el no del otro, tancerca que el plomo de sus pequeñas peana, lamido por las llamas empezó a fundirse.

El plomo de la peana de uno se mezcló con el del otros, y el metal adquirió sorprendentemente la forma de corazón.

A punto estaban sus cuerpecitos de fundirse, cuando acertó a pasar por allí el niño. Al ver a las dos estatuillas entre las llamas, las empujó con el pie lejos del fuego. Desde entonces, el soldadito y la bailarina estuvieron siempre juntos, tal y como el destino los había unido: sobre una sola peana en forma de corazón.

Autor: Hans Christian Andersen








Como cada verano, a la Señora Pata le dio por empollar y todas sus amigas del corral estaban deseosas de ver a sus patitos, que siempre eran los más guapos de todos.

Llegó el día en que los patitos comenzaron a abrir los huevos poco a poco y todos se congregaron ante el nido para verles por primera vez.

Uno a uno fueron saliendo hasta seis preciosos patitos, cada uno acompañado por los gritos de alborozo de la Señora Pata y de sus amigas. Tan contentas estaban que tardaron un poco en darse cuenta de que un huevo, el más grande de los siete, aún no se había abierto.

Todos concentraron su atención en el huevo que permanecía intacto, incluso los patitos recién nacidos, esperando ver algún signo de movimiento.
Al poco, el huevo comenzó a romperse y de él salió un sonriente pato, más grande que sus hermanos, pero ¡oh, sorpresa!, muchísimo más feo y desgarbado que los otros seis...

La Señora Pata se moría de vergüenza por haber tenido un patito feísimo y le apartó con el ala mientras prestaba atención a los otros seis.



El patito se quedó muy triste porque se empezó a dar cuenta de que allí no le querían...

Pasaron los días y su aspecto no mejoraba, al contrario, empeoraba, pues crecía muy rápido y era flacucho y desgarbado, además de bastante torpe, el pobrecito.

Sus hermanos le jugaban pesadas bromas y se reían constantemente de él llamándole feo y torpe.

El patito decidió que debía buscar un lugar donde pudiese encontrar amigos que de verdad le quisieran a pesar de su desastroso aspecto y una mañana muy temprano, antes de que se levantase el granjero, huyó por un agujero del cercado.

Así llegó a otra granja, donde una vieja le recogió y el aptito feo creyó que había encontrado un sitio donde por fin le querrían y cuidarían. Pero se equivocó también, porque la vieja era mala y sólo quería que el pobre patito le sirviera de primer plato. También se fue de allí corriendo.

Llegó el invierno y el patito feo casi murió de hambre, pues tuvo que bucar comida entre el hielo y la nieve y tuvo que huir de cazadores.



Al fin llegó la primavera y el patito pasó por un estanque donde encontró las aves más bellas que jamás había visto hasta entonces. Eran elegantes, gráciles y se movían con tanta distinción que se sintió totalmente acomplejado porque él era muy torpe. De todas formas, como no tenía nada que perder se acercó a ellas y les preguntó si podía bañarse también.

Los cisnes, pues eran cisnes las aves que el patito vio en el estanque, le respondieron:

-¡Claro que sí, eres uno de los nuestros!

A lo que el patito respondió:

-¡No os burléis de mí!. Ya sé que soy feo y desgarbado, pero no deberíais reír por eso...

-Mira tu reflejo en el estanque- le dijeron ellos- y verás cómo no te mentimos.



El patito se introdujo incrédulo en el agua transparente y lo que vio le dejó maravillado. ¡Durante el largo invierno se había transformado en un precioso cisne!. Aquel patito y desgarbado era ahora el cisne más blanco y elegante de todos cuantos había en el estanque.

Así fue como el patito feo se unió a los suyos y vivió feliz para siempre.

Autor: Hans Chirstian Andersen 













Había una vez tres cerditos que eran hermanos, y se fueron por el mundo a buscar fortuna. A los tres cerditos les gustaba la música y cada uno de ellos tocaba un instrumento. El más pequeño tocaba la flauta, el mediano el violín y el mayor tocaba el piano...

A uno de ellos se le ocurrió que cada uno podría construirse una casita y los otros dos les pareció una buena idea.
-La mía será de paja- dijo el más pequeño-, la paja es blanda y se puede sujetar con facilidad. Terminaré muy pronto y podré ir a jugar.
El hermano mediano decidió que su casa sería de madera:
-Puedo encontrar un montón de madera por los alrededores,- explicó a sus hermanos,- construiré mi casa en un santiamén con todos estos troncos y me iré también a jugar.
El mayor decidió construir su casa con ladrillos.
-Aunque me cueste mucho esfuerzo, será muy fuerte y resistente, y dentro estaré a salvo del lobo. Le pondré una chimenea para asar las bellotas y hacer caldo de zanahorias.

Cuando las tres casitas estuvieron terminadas, los cerditos cantaban y bailaban en la puerta, felices por haber acabado. De detrás de un árbol grande surgió el lobo, rugiendo de hambre y gritando:
-¡Cerditos, os voy a comer!

Cada uno se escondió en su casa, pensando que estaban a salvo, pero el Lobo Feroz se encaminó a la casita de paja del hermano pequeño y en la puerta aulló:
-¡Soplaré y soplaré y tu casa derribaré!
Y sopló con todas sus fuerzas y la casita de paja se vino abajo. El cerdito pequeño corrió lo más rápido que pudo y entró en la casa de madera del hermano mediano.
De nuevo el Lobo, Más enfurecido que antes al sentirse engañado, se colocó delante de la puerta y comenzó a soplar y soplar gruñendo:
-¡Soplaré y soplaré y la casa derribaré!
La madera crujió, y las paredes cayeron y los dos cerditos corrieron a refugiarse en la casa de ladrillo del mayor. El lobo estaba realmente enfadado y hambriento, y ahora deseaba comerse a los tres cerditos más que nunca, y frente a la puerta bramó:
- ¡Soplaré y soplaré y la puerta derribaré! Y se puso a soplar tan fuerte como el viento de invierno.

Sopló y sopló, pero la casita de ladrillos era muy resistente y no conseguía su propósito. Decidió trepar por la pared y entrar por la chimenea. SE deslizó hacia abajo... Y cayó en el caldero donde el cerdito mayor estaba hirviendo sopa de nabos. Escaldado y con el estómago vacío salió huyendo hacia el lago.

Los cerditos no le volvieron a ver. El mayor de ellos regañó a los otros dos por haber sido tan perezosos y poner en peligro sus vidas. Y después de todo esto vivieron los tres juntos felices cantando y tocando.